Salía un día del trabajo, todo lo parecía incansable, intrabajable. El calor le carcomía las ideas y el sudor empapaba su ánimo. no hallaba consuelo, estaba por el suelo. se sentó en una banca en el centro, miro la personas y sus vidas, un aire de tristeza le corrió por la nuca. -que andar miserable tienen los hombres- pensó. luego de un rato decidió no pensar. el calor ya se iba de la ciudad, un aire de alivio le seco el sudor en la frente, el viento era lo mas preciado en ese momento y los pocos árboles que habían en el centro lo saludaban alegres. disfrutó un buen rato de ese agradable momento, pero en su cabeza en ningún instante desapareció el cansancio y el agitamiento de la semana. respiró muy hondo como si quisiera eliminar la angustia, le temblaban las manos y sus pies no existían, las ideas y recuerdos se le amontonaban en la cabeza ardiente. el estado de las cosas le producía un asco enorme, una borrachera de químicos que lo aturdían día a día cuando el despertador sonaba. se sentía preso de un cargo, esclavo de una corbata.
de pronto otro viento fresco llego hasta su cara, se calmó al sentirlo y anheló estar entre las plantas suaves,
tirado en algún bosque y perdido en las montañas. abrió los ojos pues la lucidez y el calor habían vuelto,
pero de algún modo se sentía feliz luego de sentir ese aire. había encontrado la solución a su infelicidad, alejarse de los hombres y sus veredas, de los horarios y las poco nutritivas comidas, de los mensajes
radiales y los químicos en el aire, quería alejarse del titulo de transeúnte, de la poca felicidad que tienen los hombres estudiando y trabajando. el hombre de terno y corbata quería rebelarse pronto, quería ser feliz.
encontró como ponerle fin a la situación, antes de ponerle fin a su vida.
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