Cuarto Piso (el pasillo del silencio)






Me siento como un “desterreado sencillo”, como la aguja y la carne
y el ay del pinchazo, el dolor, atado en (y para) el, y no cae
-respira, y unas cuantas-, entonces tira y tira, pero no lo desprecies
guárdalo en tu cajoncito, el vacío, viene y se va, nos vamos
y otro sorbito de sobra (y otro) para el otro que no soy -ni fui-
el pálido, el flaco rucio, y que ya no lo ven pasar, “no queda de otra”
y su explicación le rozaba la boca, -y yo no puedo- lloro despacito
como una lluvia de otoño, y no me dejan, y me escapo, insisto
en el sabotaje a propósito en la maquinita, el ruido en los oídos
los cincuenta y tantos clavos y los dos metros de tierra, usar los dientes
con los bichos que viven bajo la cama que se aburren horriblemente
al ver a mis parientes compartir el almuerzo y yo me siento sucio
y el almuerzo no era sino cianuro y raticida, y nada extraño pasaba
la guitarra estaba equivocada y te vas a tus tierras, nadie se entera
y el cuadrito no termina, no cesa, no trabaja y no quiere, vive en amarillo
como poquita cosa y ojos ensombrecidos, ensimismado en el rincón
-y solía mirar el animal negro que respiraba en la cortina-
lo colgaban de la viga de la yunta y llegó a viejo con la polea en el techito;
como el fantasma de los inviernos, el que se robaba los juguetes y las luciérnagas
y yo a el lo saludo con amor y me aterro tanto, mucho, de la forma mas dulce,
y ahora ya no tengo juguetes, en los últimos atracos, desapareció la realidad







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