Me siento como un “desterreado sencillo”, como la aguja y la
carne
y el ay del pinchazo, el dolor, atado en (y para) el, y no
cae
-respira, y unas cuantas-, entonces tira y tira, pero no lo
desprecies
guárdalo en tu cajoncito, el vacío, viene y se va, nos vamos
y otro sorbito de sobra (y otro) para el otro que no soy -ni
fui-
el pálido, el flaco rucio, y que ya no lo ven pasar, “no
queda de otra”
y su explicación le rozaba la boca, -y yo no puedo- lloro
despacito
como una lluvia de otoño, y no me dejan, y me escapo,
insisto
en el sabotaje a propósito en la maquinita, el ruido en los
oídos
los cincuenta y tantos clavos y los dos metros de tierra,
usar los dientes
con los bichos que viven bajo la cama que se aburren
horriblemente
al ver a mis parientes compartir el almuerzo y yo me siento
sucio
y el almuerzo no era sino cianuro y raticida, y nada extraño
pasaba
la guitarra estaba equivocada y te vas a tus tierras, nadie
se entera
y el cuadrito no termina, no cesa, no trabaja y no quiere, vive
en amarillo
como poquita cosa y ojos ensombrecidos, ensimismado en el
rincón
-y solía mirar el animal negro que respiraba en la cortina-
lo colgaban de la viga de la yunta y llegó a viejo con la
polea en el techito;
como el fantasma de los inviernos, el que se robaba los juguetes
y las luciérnagas
y yo a el lo saludo con amor y me aterro tanto, mucho, de la
forma mas dulce,
y ahora ya no tengo juguetes, en los últimos atracos,
desapareció la realidad
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