Parafina, me encuentro otra vez aquí: aquí
hablo a tientas. No puedo con esto. Caigo hasta el
fondo; destruyo, destruyen, me envuelven, aun no viven
en mi selva; prenden, dime las cosas irreversibles.
Aguántame;
dicen los vivos y las caras de los otros -que nosotros no
somos los que alumbramos la noche-, y las velas de los
mismos ya pequeñitas. Pabilos. Pabilos; no me condenen
-te volverán a decir-; no puedo con ellos: Charlie Parker
no fuma. Es decir, tiene un montón de agujeros en el
alma, no habla; oscurece, oscurezco. Hay muertos que
alumbran
de noche. O bien el agua en las abluciones; nací al mediodía
y
fallezco. Tumbo. Un soplo y me apago. Oh! Frío de
invierno. Frío los rostros en los charcos; estancados los
unos y los otros latentes como los silencios: los que no
se desesperan son los que se fueron; los muertos, quiero
decir; los muertos somos nosotros. Fuerza más consenso es
igual a ideología, dicen los que fusilan las flores de
Antilef:
geógrafo y hippie. Melena larga de pájaro. Uno o dos. Los
que sean necesarios. Hablo, en voz baja, hablo: no me
intuyen.
Me pierdo pensando en las mañanas. -La única ciencia
posible:
letras sobre papel y un par de escupos sobre ellas-. Triadas
reconfortantes de las aceras lastimosas. Querría algo de
todo;
término de escribir una carta que nunca te enviaré. Miento,
-nada nos pertenece, sollozo de costado- deseo; añoro.
Lluvia
de Febrero. Cuatro en lo que abarca la vida. No sigas; los
músicos son cada vez más jóvenes a nuestro alrededor.
Secuestradores de piedad marcan las manecillas jerigonzas
del reloj absurdo. Japonecedades y gringerias marcan los
lenguajes de idiotas generaciones. Perpetuos danzamos
el ruido desastroso como saltimbanquis borrachos y
frenéticos:
al suelo los primeros. Los del fondo continúan ahí. Puedes
leerlos
en los libros escritos de la historia; dicen -somos la cara
del
poder-, queman la vida, el aire, albatros ancianos. No son
los únicos.
Como yo también caen hasta el fondo. No se extinguen. Arden,
funden. Se supone que no te posea; tengo unas cuantas
preguntas. ¿Que se hace con esto? Veo correr las palabras y
me caigo de hocico tratando de alcanzarlas. Vuelvo; he
quedado desnudo como un signo. He quedado ahí; donde
policromas lunas se alzan como serpientes saladas, trepando
por los restos de las carreteras de porquería. Donde
iluminan
los cerros tremendos y transmutan los ciegos en el oficio de
las
arenas inauditas, a la manera de las estaciones de los
ferrocarriles
abandonadas, o como chamanes de alguna edad paleolítica
que predicen cuando caen las bombas M-80’s de insectos
que borrarán todos los resabios de
esos
sacerdotes/banqueros-. Ahí, donde no me dejan pensar
en palabras con sus eclipses rebanadores de existencias
melancólicas
y desfiguradas. Ya no me sorprende nada, porque no soy yo;
es
cual el delirio ancho del mundo, el silencio que sucede a
las
tragedias. La culpa. La culpa es de los otros. Los otros
son, -quiero decir-, los culpables. Tú, y yo. Así es como
existe
el miedo a cruzar las calles de los aferrados, en busca de
cosmogonarias historias. Y miento la angustia fría; así fue
que me vi, observando las ventanas por donde al fin veré
mi cuerpo, los arboles con las faldas abiertas del sol -el
sorbo
y el estruendo de la pupila-. Por fin, el ojo y el ser
impropio; no
me ayuden y no me levanten. Arriba, el techo donde van, el
nicho áspero cuando estoy solo en la casa y los fuegos son
enormes. Encerrada entre las vigas quebradizas ha quedado
la ternura, bajo el rumor de un sueño de un niño
pagano cualquiera, o un salvaje siempre ilegal y sabio. Esto
afecta directamente al centro del ópalo y su ritmo
sulfurante,
donde viene a extender su red y sus fenómenos de azules.
Anuncian por la radio el envejecimiento de las revoluciones,
mientras esos presidentes se diluyen en pétreos números
ingrávidos. Vuelo de pájaro flaco y degollado, o la muerte
de una de esas agujas en los girasoles cartesianos; el
hemiciclo
aplaude el desgano de estos océanos de pellejos. ¿Has visto
esos
pájaros quietos como soles sobre el horizonte? ¿Has sentido
a tu corazón coquetear con tus amígdalas? Querría una brisa,
la luz que se fuga en el antepenúltimo arrebol prohibido y
metafísico. Solo una, ¿sabes?, el desierto; ¿y si la noche,
como
un arte espontaneo de leves murmullos, o como el soplo del
viento entre los litres nos quisiera amamantar? Los niños
duermen hasta hallar el pozo risueño, junto al muro, el
rosal. Yo
digo que alguien llama en un glaciar. Navegan las tonadas de
buen
ánimo, se alzan así: todo florecido de antiguas antigüedades
marinas. Calles humeantes de los fantasmas
asomadas por las ventanas, o de pie y siempre envueltos
en mantas que quedan de mis cubitas escuadras lluviosas.
Dejan un rastro y un mismo almanaque de sí, consignas de
viajes innombrables. Duendes de neblinas dulces observan
a los obreros madrugadores, sentados en esas plazas. Tuve
una risa transparente antes que me diera alcance el nuevo día:
dicen que son culpables los que alucinan la sordina
hipodérmica.
Yo discuto con el cráneo occipital, lloro. En el río
bailaron los
juncos cuando los besó la luna, y ella se vuelve deforme y
líquida para poder nadar oculta en él, y para tocar su charango
roto. No nos alcanzaran los ruidos de las sirenas enormes.
El poeta
puede ser el mas sumiso de los seres por mas que pueda ser
el
mas libre de ellos; ¿Qué podría él entonces ante la propia
muerte?
¿Quedaría mas vacíamente trágico que una simple flor hecha
de humo sin mirar hacia atrás? Otra. Otra vuelta en el tango
de la vida y resucitar por compasión. Me dicen que soy una
pálida
figura desconfiada, me dicen; tantos otros que quieren ser
libres al igual que yo. Por cortesía, por decir algo y por
llorar de vez
en cuando. No se le pueden regalar deseosas sonrisas a
alguien
que viva la vida así. Para alejar la materialización de la
indiferencia
me apuraron. Me puse triste. Los niños no son malos, no les
griten,
por favor. El día que yo no existía. Con el clavito en el
cerebro,
el ruido en los oídos, la pequeñita y revoltosa retórica, la
mentirosa,
antepenúltima y ni eso. Vacío repleto, y las compañías de
las
noches en la misma manera, y hablar de política, música,
sexo, drogas,
infancias, necesidades, mentiras interesantes, amores
baratos. He
recibido todo el dolor aguantable, todo el escarnio y la magulladura del
abandono se registran entre los pozos oscuros donde solían
estar
mis ojos lagañientos; pues entonces digo ahora que soy
el
escozor de unos susurros en la tierra, o una especie de
enfermo
intratable silbando la cara aterrada sentado en la banca de
algún
patio clínico. Sulfuros pasados me llueven soplando las
palabras
como anillos imperfectos. Chorrean y sangran los dedos como
sollozos de invierno, y son míos aquellos cuando floto en la
punta
de los tuyos o en las piedras sutiles: no te olvido cuando
observo
la noche cayendo en los huesos, lamento. Te digo: he soñado
contigo.
Y hablo como un niño trágico mientras le hago el amor a la
piojenta
gramática; pienso en ti por cada puñalada. Valgo callampa,
si.
No puedo suplir aquel pañuelo en el cuello. No puedo ver a
mis
sobrinos; vivo en la punta de un cuchillo, voy muerto
andando
con el cuero de la vergüenza y el discurso a la rastra hacia
el
casamiento de abuelos y sepultureros inflamables de congoja.
Que
venga alguien y me empuje al fondo, hablo conmigo y solo
con nosotros en voz baja: aúllo y sonrío por si acaso soy el
que
aun tiene lumbre a oscuras. El hambre es una sensación
triste.
He entregado todo el dolor aguantable. Es un misterio como
se
acoplan y ocultan unos a otros los ardores. ¿Como puedo
decir
que sobreviví a la gotera de golpes de este siglo?; sigo
aquí
a tu lado. Sospecho que me has matado en una
de estas noches -sube la marea-. Tendré algo de calma por la
mañana, si no me coge por la mandíbula tiesa, como una
palanca
atrofiada, el garfio
de las tristezas. Una carta que anuncia
puntapiés en las canillas es otro beso del esqueleto en las
cunetas.
Hablaba a tientas; -susurraba-. Las letras, una tras otra;
lastimosas señoritas. Así escondo la cara en
ellas; no puedo. Desnudo. Inmóvil atado de huesos;
me citan en sueños diciendo que me aterro, diciendo
que hoy toca en sus patíbulos los músicos al mediodía.
No soy el traidor o la matraca y anquilosada querida,
ni el fusil hurgando en las fosas negras que lo pone a
bailar -no a mí, quiero decir- a usted. A usted o el otro.
Me sentencian; yo muerto en la hondonada estaba
incompleto -les dije -perdón-. Al difunto le molestan
profundamente los lamentos. Al adolorido, el dedal
en su mano y la otra en la tuya. -Respira- me dijo alquien
exhalando bocanadas magnificas de humo. Fumábamos
mirando las ventanas. Su voz me recordaba un vidrio
quebrado, como si no fuera alguien totalmente extraña
y desaparecida. Entonces cierro todas las puertas,
observo por un agujero el farol de la calle, camino
y vuelvo. Y tocó su melodía como burlándose. Y
yo sentía que quería estar solo y llovía así despacito,
como lluvia de amanecida, pero era de noche. Me hablaba
y un rayo atravesaba el cielo; la puñalada en la boca del
estómago, ciega. Yo no la miraba a los ojos. Si no que
lloraba pa’ adentro. Me hablaba y la muerte vieja le tejía
un chaleco de lana a una bebé; se olvidaba de los puntos
por estar tan vieja, maldecía los castigos de los años, –apenas
duermo-, suspiraba; nosotros bajo la lluvia aun podíamos
oírla
padecer. Una mujer nos avisaba que ya iban a pasar los
goles de colo-colo en la televisión; botaba el humo de un
cigarro. Me miraba y esperaba que yo dijera algo y yo no
decía nada; sentía que moría; No la he vuelto a ver. Si no
que camino un pasillito muy corto, aun llueve; la puerta
sigue
abierta, se oye una música de guitarra. ¿Estará tocando
aquel que esté medio vivo? Aquí sigo hablando a tientas,
miento. Me pedía que eligiera un librito de la biblioteca;
“El
frío vuelve hacia a los inviernos”, entonces le doy una
mirada a aquél fantasma que me recuerda el temor de
cuando era niño sobre la lluvia que caía igual que en
aquellos
tiempos. Ahí nos despedimos sin palabras, sin gestos. Me
observa por las noches y yo me subo a las piedras, desde
el cuarto piso hacia abajo con el dolor de abandonar la
matriz cuidadora. Como en uno de mis sueños. Fugitivo,
desnudo, tiritando delirios azules, palidezco. Anoto
estas palabras en el libro que me regaló; -“soy un aire
helado”- Me pongo a llorar como si estuviera flotando
en un témpano o en la punta de tu dedo. Y chorrea y
chorrea. las piedrecillas en el techo a las cuatro de la
mañana.
Cuando el árbol empapado pedía auxilio no fuimos
nosotros quienes acudimos, si no los ausentes y allá,
mucho más allá, el grito continúa; Yo no dormía. Al menos
intentaba, solía y podía dormir, mientras yo iba al
mar. Estuvimos en la nada, frasco vacío, como un perpetuo
reloj de sales. Todo completamente oscuro.
Buscando. Desaparecidos; Me encuentro otra vez aquí.
Hablo a tientas, apenas: poco sé de esto que intento callar.
Y es que todo me pasa a mí. Todo me escurre desde el tabique
nasal hasta el omoplato y el esternón de ida y de vuelta.
Todo
me ocurre: desde soñar que la noche gotea y las luces son
el reflejo en el río, donde no nos conocemos y nos encontramos
huyendo del agobio, la desazón que es el miedo y de
nosotros como luna y desierto, como zorro y secreto al oído:
hasta el fondo oceánico tremendo, desconocido, tenebroso
en sus vidas, desteñido como gigante ahogado en mugre
urbanoide periférica, enterrado sin funerales y sin llantos,
sin
vidas y sin muertes ya casi. Hasta llorar descolgando a la
lluvia.
Pero te juro no reír mas, te juro que yo no escribo poemas.
Aunque hubiese querido pasar todas esas noches haciéndolo,
como vigilado desde el panóptico, la institución de
secuestros.
Me veo como flotando en mi cama, en la tormenta recién
caída,
y las ánimas que vienen a dormir aquí se sientan al pie
de la escalera, cantando cabizbajas, arrulladas por la
música
fúnebre de estas goteras. Las sombras dibujan en la esquina
un lirio traidor, y Rimbaud sigue tirado en aquella camilla.
Despertará algún día, si Dios quiere. Y si Dios no quiere,
pues lo matamos!.
Entre las nueve y las tres, me preguntaban,
¿Qué haces? Yo solo veo que los dedos son un grupo curioso, los
ojos.
Me aburro. Todos tenemos enormes gargantas en los nudos.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario