esto surgió como una necesidad. tuve una vez un libro que llegó a mi en la calle. y se fue de mi así mismo, en la calle. tal vez nunca vuelva a leerlo, de ahí que surge la necesidad de escribir sobre este libro y su autor.
Hace tiempo, no recuerdo ya cuanto fue, iba caminando cerca de mi casa haciendo no se que y pensando en quien sabe que. pasé por el lado de un montón de basura y me di cuenta que habían unas zapatillas, de mi agrado por lo demás, así que fui y las recogí. lo interesante de todo esto es que al lado de las zapatillas había un libro de hojas amarillentas y medio gastado, que tenia por titulo “ciertas leyes que rigen a los astros” con una portada de esas que hacen recordar los años 50.
Tome el libro y las nombradas zapatillas y seguí mi camino hasta la casa, leyendo de tanto en tanto el librito este. Al cabo de unas paginas ya no podía despegar los ojos de las lineas escritas. la irreverente inmoralidad de las frases me hacían pensar en que el autor de aquel libro debe haber tenido las mismas peripecias que yo he tenido en la vida. Supuse tal cosa pues la manera de escribir de este caballero era casi una conversación, un relato de un amigo y quizá mi propio inconsciente haciendo recuento de las cosas que he vivido y pensado.
Después de unas tantas hojeadas a los cuentos (que para mi son son mucho mas que eso, algo parecido a confidencias irreales -y sin formas- que por mentiras que parezcan subyacen en la verdad dolorosa pero feliz de Müller) me di cuenta de que realmente este escritor con nombre de alemán tuvo quizá peor suerte en la vida que algunos que se pasan el dia llorando y dando pena. entre trabajo y trabajo terminó escribiendo pseudocuentos -para adultos y niños-. unos que cuentan la vida tal y como es, otros contando mentiras que da gusto creer. Fue vendedor de bebidas, bodeguero en un lucentísimo hotel de santiago, y una que otra vez dio charlas sobre el también malogrado William Saroyan.
Pasaron las hojas y me sentí muy adolorido al leer aquella parte en que una noche aparece una mujer ligeramente vestida, con los labios muy rojos y con aliento de whisky, solamente para despedirse y dejar un vacío. Casi tan adolorido como quedaba el mismo Herbert Müller cada vez que leía Desayuno en Tiffany’s.
Tiempo después de haber leído el libro (que a todo esto estaba incompleto), por razones que no ahondaré aquí, el famoso y enigmático librito fue a parar a Valparaiso, lugar de donde un nunca regresó. Quizá fue para mejor ya que si no se hubiera perdido este libro, no estaría yo escribiendo sobre el entramado del libro de Müller. Tal vez era el ciclo de las leyes que rigen a los astros -eso de nacer crecer morir-, ya que nació en la generación de los poetas malditos y del nuevo cuento chileno. Se alimentó de Lhin y Lafourcade, y tal vez de esa señora gorda que me hablaba el Gabo, esa que también fue una maldita que escupió ciertos parámetros. Creció en la cuna de la Nueva Ola, y el agitamiento de los setentas. Pero luego de una álgida vida cayó en en mis manos, las cuales de una u otra forma tendrían que llevarlo a algún lugar designio para cumplir con el ciclo de la vida, un ritual mas fúnebre que vivo.
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