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Hoy tocaba el hartado al mediodía (veremos), no el traidor de crespo o la matraca
y anquilosada querida, ni el rápido hurgando en las fosas negras
que lo pone a bailar -no a mí, quiero decir- a usted, usted o el otro.
Contaba con tres rezos, gritaré, dijo -no te devuelvas (y gritó)- no he vuelto,
de pasada voy, y el no verte me da pena; suspiró y el pañuelito le limpia la frente
me da pena, quererte -y yo muerta en la hondonada estaba, entera- pensó -perdón-.
Se fue el hoy y mañana no vendrá, (y dijo de salida, al cuidador de la noche; el irme
es llevarme todas mis pertenencias) el sol, digo, no vendrá, ni las des-com-puestas del mismo.
El viejo, el recipiente de años, buscaba el malo, la experiencia la abandonó, en, dicen, lo de siempre
y llevó sus maderas a la salamandra de su madre. -Una silla que armaré- dijo la orgullosa
aun más vieja que el viejo, y su voz recuerda a los duraznos. No los amarillos, recuérdelo
al  adolorido, el dedal en su mano y la otra en la tuya. Respira -dijo- botando aire, y respiró
mirando la ventana (o a mi?). Pone cara rara y pregunta -que haces tu aquí?- es natural (y no lo era)
que pregunte. Yo cierro todas las puertas, observo por un agujero el farol de la calle, camino y vuelvo.
-Nada- dije -no hago nada- y tocó su melodía como si en realidad yo no estuviera haciendo nada.






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