El cuarto olía a ceniceros y a latas de cerveza. El aroma siempre había estado ahí, era casi un acompañante perpetuo, pero esa mañana se sentía mucho más fuerte. De la noche anterior no había recuerdos ni imágenes. Lo único que sabia era que el desgraciado de Roberto le había sacado todo el dinero del mes con su cocaína de dudosa calidad. Una ducha de agua helada le mostró que estaba vivo. Eran ya casi las seis de la tarde y en la calle la gente escapaba del calor que aun reinaba en la ciudad. Caminó solo durante largo rato, hasta que cayó la noche, escribiendo de tanto en tanto en la incesante libretita que guardaba con recelo. La petaca de whisky en la chaqueta era el motor de la caminata sin sentido. El peso de no recordar la noche anterior no era nada comparado con las ganas que tenia de volver a dormir con ese bulto precioso de rincones excitantes, que los días sábado despertaba con un olor a ron barato en la boca y era el mas afrodisíaco de todos los alientos mañaneros. El cigarro colgaba de su boca y la ceniza aun no se caía y conservaba la forma de tubo. Otro sorbo de whisky ahogo la imagen hermosa de los sábados en la mañana. La patrulla se acercaba infame y con cara de andar cazando personas tristes. Esta siguió recta en la calle, y al pasar por su lado su boca se entreabrió para soltar un breve pero resentido insulto contra ese auto y los seres que lo conducen.
No lo veían hace días, pero nadie se sorprendía de ello. El tampoco veía a nadie hace días, tampoco se duchaba y tampoco le importaba. Un teléfono público en la esquina fue la tentación para escuchar aquella linda voz. Se notaba que alguien lo había ocupado hace unos instantes, el auricular estaba calientito. Los primeros cien pesos fueron tragados por la maldita maquina, al segundo intento el tono del teléfono le hizo saltar el corazón.
-Aló!- dijo la linda voz que denotaba sueño. Nada del otro lado del auricular.
-Aló!- repitió unas tres veces con fuerza la misma voz. Nuevamente nadie respondió.
-Váyanse a la chucha- se alcanzó a oír antes de que cortara.
A esa hora estaban cerrando el metro y los guardias echaban a unos viejos sucios que intentaban dormir en la estación. No había dinero para otra petaca y el hambre empezaba a ser molesta. En una sucia esquina, de vuelta hacia el cuarto, estaba evidentemente borracho el Richard, dealer conocido por ser hermano de Roberto, el mismo estafador de la cocaína mala. El whisky había cumplido su trabajo y ya le había aturdido el sentido común. Lo pensó un momento, orinó en un poste de luz mientras le daba vuelta a la idea. Botado, unos tres árboles más allá, estaba un palo que lo invitaba a concretar su macabro y borracho plan. Cruzó la calle no sin antes mirar que la yuta no viniera. Garrote en mano se acercó al Richard que solo alcanzó a ver una silueta y el palo dándole horriblemente en los dientes. Acto seguido, las manos se metieron en todos los rincones donde el Richard pudiera guardar algo de valor. Enseguida aparecieron unas 5 bolsitas blancas junto a varios fardos grandotes de billetes de veinte mil pesos. Casi cayéndose de la acera habían 2 dientes de oro que también fueron guardados al instante en el bolsillo de su camisa. Con los pies acalambrados y riendo desesperado huyó. Con las manos ensangrentadas tomó nuevamente el auricular del teléfono público, pero esta vez al oír "Aló!" hubo una respuesta desde el otro lado del auricular. Tranquilo y triste simplemente entonó para ella un viejo tango; "No te asustes ni me huyas! no he venido pa' vengarme si mañana justamente yo me voy pa' no volver. He venido a despedirme y el gustazo quiero darme de mirarte frente a frente y en tus ojos contemplarme silenciosa y largamente como me miraba ayer..."
Colgó el auricular se tomó la cara y mientras lloraba escuchó como pasaban los cien pesos por la garganta de la maquina.
Luego de esa noche, y aún sin sorprenderse, nadie lo volvió a ver.
No lo veían hace días, pero nadie se sorprendía de ello. El tampoco veía a nadie hace días, tampoco se duchaba y tampoco le importaba. Un teléfono público en la esquina fue la tentación para escuchar aquella linda voz. Se notaba que alguien lo había ocupado hace unos instantes, el auricular estaba calientito. Los primeros cien pesos fueron tragados por la maldita maquina, al segundo intento el tono del teléfono le hizo saltar el corazón.
-Aló!- dijo la linda voz que denotaba sueño. Nada del otro lado del auricular.
-Aló!- repitió unas tres veces con fuerza la misma voz. Nuevamente nadie respondió.
-Váyanse a la chucha- se alcanzó a oír antes de que cortara.
A esa hora estaban cerrando el metro y los guardias echaban a unos viejos sucios que intentaban dormir en la estación. No había dinero para otra petaca y el hambre empezaba a ser molesta. En una sucia esquina, de vuelta hacia el cuarto, estaba evidentemente borracho el Richard, dealer conocido por ser hermano de Roberto, el mismo estafador de la cocaína mala. El whisky había cumplido su trabajo y ya le había aturdido el sentido común. Lo pensó un momento, orinó en un poste de luz mientras le daba vuelta a la idea. Botado, unos tres árboles más allá, estaba un palo que lo invitaba a concretar su macabro y borracho plan. Cruzó la calle no sin antes mirar que la yuta no viniera. Garrote en mano se acercó al Richard que solo alcanzó a ver una silueta y el palo dándole horriblemente en los dientes. Acto seguido, las manos se metieron en todos los rincones donde el Richard pudiera guardar algo de valor. Enseguida aparecieron unas 5 bolsitas blancas junto a varios fardos grandotes de billetes de veinte mil pesos. Casi cayéndose de la acera habían 2 dientes de oro que también fueron guardados al instante en el bolsillo de su camisa. Con los pies acalambrados y riendo desesperado huyó. Con las manos ensangrentadas tomó nuevamente el auricular del teléfono público, pero esta vez al oír "Aló!" hubo una respuesta desde el otro lado del auricular. Tranquilo y triste simplemente entonó para ella un viejo tango; "No te asustes ni me huyas! no he venido pa' vengarme si mañana justamente yo me voy pa' no volver. He venido a despedirme y el gustazo quiero darme de mirarte frente a frente y en tus ojos contemplarme silenciosa y largamente como me miraba ayer..."
Colgó el auricular se tomó la cara y mientras lloraba escuchó como pasaban los cien pesos por la garganta de la maquina.
Luego de esa noche, y aún sin sorprenderse, nadie lo volvió a ver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario