Me atraparon. No se como. Y me
llevan a la colina a sacar resquicios de margaritas y manzanillas (que por lo
visto, ya están prohibidas). Es hermoso. Aun queda vegetación y sin que se den
cuenta me alejo un poco y contemplo el mar furioso que se mece con tonos
verdosos y azules y digo a no se quien “mira que azul está el mar por aquel
lado”. Nadie me responde. Esta prohibido hablar en voz alta. Siento un miedo
constante. Y vuelvo a arrancar maleza y pequeñas flores. Estoy vestido con un
overol desteñido. A mis espaldas esta un acantilado con árboles impenetrables y
abruptos y delante mío hay una montaña, no tan alta. A mi derecha me doy cuenta
que hay una línea de tren que sube directamente a la montaña y hacia el otro
lado, mis espaldas, cae al mar.
La línea, subiendo por la
montaña, y no muy lejos de donde estábamos nosotros, pasa por debajo de un arco
muy bonito, antiguo, grandote, algo enmohecido por la vegetación que lo rodea. Siento
que está todo mal. Que todo está prohibido y que aquel paisaje iba a desaparecer
pronto. No entiendo que época es. Donde estamos. Por que estoy ahí. Por que me
atraparon. Por que siento este miedo terrible. Se acerca un guardia y por su
presencia se que nos odia a todos y vuelvo a mirar el suelo en busca de brotes
para arrancar. El tren no pasó nunca. No se si existirán los trenes aun. Oscurece
y aparece alguien a quien no puedo mirar directamente su cara. Todos se ponen
muy nerviosos.
Estamos en una sala amplia,
oscura y solo se pueden ver nuestras caras iluminadas por el brillo que emiten
las pantallas que tenemos al frente, puestas en los pupitres. El personaje del
final de la sala, con una pantalla también frente de el, nos habla y nos dicta
ordenes. Tampoco puedo distinguir su rostro. El miedo nunca se va. En mis manos
tengo algunos lápices, un teléfono y otras cosas que no distingo. Intento
utilizar la pantalla para enviar un mensaje a alguien y decirles que estoy
atrapado, que me busquen, que tengo miedo, que no se donde estoy. Pero es
imposible. No he mirado hacia atrás, pero sé que hay personas vigilándome sin
césar. Se acerca aquella figura principal a mí y me pide que le muestre mi
trabajo. Yo guardo silencio y me dice “muy bien, continua”. Miro a mi lado y
hay un gordito que toma su teléfono e intenta llamar a alguien desesperadamente
(ahora que lo recuerdo todos teníamos un teléfono, pero utilizarlo era algo muy
peligroso)
Lo toman por la espalda y el
gordito palidece. El miedo se agranda. Siento los parpados muy apretados.
Y al instante hay algo de luz de
verdad. Presiento que cerca hay una puerta y la escalera que voy bajando es de
metal, blanca con las barandas rojas. Simple, nada especial. Se siente algo de
ruido de ciudad, bocinas de autos, gente. Llego al final de la escalera y está
la puerta abierta. Una puerta o mas bien un portón abierto. Hay una calle
alumbrada por el sol, algunos kioscos, gente pasando, unos taxis. Mi cuerpo
estaba helado, quieto, aterrado. Era muy fácil escapar, pero de alguna manera
yo sabia que atravesar esa puerta era igual a morir. A mi izquierda hay una
puerta más pequeña, blanca que estaba cerrada. La abro y hay una especie de
cocina. Un refrigerador, una mesita en el centro, cuadrada con un mantelito y
otras cosas. En la mesa estaba sentada la Valeria, riendo como si nada pasara. Sentí
un millón de sensaciones y sin preguntarle nada le cuento que estoy atrapado
que no se donde estoy, que le digan a mi madre que ya volveré (se corre entre
las voces que me rodeaban que son solo tres meses acá, luego nos liberan para
ver como nos portamos). La Valeria se ríe y me dice que no le de color. Yo me
empiezo a poner desesperado, puesto que me alejé del grupo y las cámaras de
vigilancia. Le digo nuevamente con mas fuerza, casi llorando y ella no cambia
su risa. Ahí me di cuenta que todo era falso. Ella no era la Valeria. Y salí de
aquella cocinita y aún estaba la otra puerta abierta, pero la escalera que me
llevaba hacia arriba, de donde había venido yo y me escapé, tenia una pared
luego de subir unos cuatro o cinco escalones. Una pared blanca, gruesa,
impenetrable.
Tengo un lápiz en mi mano y con
el escribo algo en esa pared, algo que no pude entender claramente. Al instante,
de los costados de la pared, aparecen letreros, alarmas y una sirena horrible
que grita “objeto anormal” “objeto anormal” y los letreros ponían lo mismo. Aparece
un guardia muy alto y apaga todo el bullicio. Mi mira con cara de mono y me
ordena que suba (la pared había desparecido). Subo (por lo menos eso creo) y
hay una larga fila y me pongo en el primer lugar. Nos obligan entrar de a dos
al baño y yo entro con Jaime a quien no veía hace años. (Jaime es mormón y muy
bueno, así que le pregunté a el por que estábamos acá, que habíamos hecho, por
que sentíamos tanto miedo. el no me respondía nada, solo intentaba llamar por
su teléfono y miraba de reojo por la puertecita que no se podía cerrar
completamente) y la figura principal se hallaba al otro lado de la puerta
inmóvil. Yo le decía a Jaime que esto era inhumano, horrible, que no lo entendía.
Y yo intentaba mear y no podía.
Hay unas cuantas camas, me
acuesto en una que la cabecera da directamente hacia una caída vertical (empieza
a darse forma un poco a este lugar). Hay
otras gentes que se están acostando en las otras camas. Ya no siento tanto
miedo. Creo que nadie lo siente. Todos hablan un poco mas. Se miran los
ombligos, rezan. A mi lado hay una mujer que no conozco y luego se acuesta a mi
lado con una tabla de surf. Me dice que mañana ira a un concurso de surf con
alguien mas. Y yo no lo entiendo. (También recuerdo que alguien dijo que al
parecer estábamos cerca de Antofagasta, y que nos soltaban los fines de semana.
A lo que yo pensé; “por que nadie se ha escapado, si los sueltan? es tan fácil
como huir un día de esos. Pero si nadie lo había hecho es por algo. De todas
maneras, cuando me soltasen lo intentaría). Miro hacia la luz potente que está
en el techo, y a contraluz apareces tú y me dabas un besito. Parece que
conocías a la persona que se había acostado con la tabla de surf a mi lado por
que conversan algunas palabras y se abrazaban. No me decías nada y yo tampoco
(creo). Y te metías conmigo a la cama y sentía yo tu calor. Definitivamente ya
no había miedo.
Despierto…
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